PLAZA DE DOÑA ELVIRA
Paseando por la Judería sevillana, de estrechas y serpenteantes callejuelas, encontramos la plaza de doña Elvira donde el frescor y la paz nos sosiegan el ánimo, entre rumores de cristalinas aguas y aroma de azahar.
La plaza tiene vida propia y como su madre, Sevilla, pasa de la bulla al silencio, de la compañia a la soledad, del descaro al recato, ... sólo hay que buscar, y encontrar, el momento.
Lleva su nombre en honor de doña Elvira, hija de don Pedro de Ayala quién recibió de Enrique III la antigua aljama y bienes de los judios en compensación a los servicios prestados a la Corona.
Pero no es doña Elvira quién esperan ver los pensativos solitarios que se acomodan en los bancos de la plaza. Dirigen su mirada a la casa de doña Inés de Ulloa, el amor de don Juan Tenorio, a la espera del milagro.
Y, mientras, la vida sigue... agua, tierra, hojas, flores, frutos. Todo muere para volver a nacer.
Desde la muralla del Alcázar, la calle Vida nos lleva hasta la idílica plaza. Un corto camino que separaba dos mundos muy distantes.
Muy cerca, a la caída de la tarde, una bella muchacha judía recogía agua en la fuente de la plaza y su figura se perdía en instantes, en una estrecha y oscura calle, camino de la casa donde vivía con su padre. Se llamaba Susona y, tras una terrible historia, aún puede oírse su llanto en el silencio de la noche.
Siempre presente la Giralda, pocos lugares escapan a su mirada. No le hace un ápice de gracia la ruin modernidad a esta esbelta señora, guardiana y vigía de Híspalis. Hay que tener mal gusto y poca delicadeza para ofender así a una Dama.
martes, 10 de diciembre de 2013
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