jueves, 1 de noviembre de 2012

Leyendas de Sevilla - 13 La Venta de los Gatos

Gustavo Adolfo Bécquer
Retrato de Gustavo Adolfo Bécquer - 1862
Valeriano Domínguez Bécquer - Museo de BBAA (Sevilla)
 
En el camino que transcurría entre la Puerta de la Macarena y el Monasterio de San Jerónimo existió desde el siglo XVIII una venta, llamada Venta de los Gatos, muy famosa y concurrida por las gentes de Sevilla que se acercaban hasta ella en los días de fiesta para comer y divertirse bajo la fresca sombra de la arboleda que crecía a orillas del Guadalquivir.
Un día de 1854 el poeta sevillano Gustavo Adolfo Bécquer pasó por aquella venta y observó cómo un grupo de jóvenes cantaba y bailaba en un pequeño llano junto al río. Le llamó tanto la atención la especial belleza de una de las muchachas que echó mano de su lápiz y sobre una hoja del bloc en que tomaba notas para sus poemas plasmó con suaves trazos la delicada cara de aquella doncella, regalando después este retrato al novio de la muchacha.
Amparo, que era el nombre de la joven, había sido abandonada al nacer y recogida por el dueño de la venta que la había criado junto a su hijo como una hija más. Al hacerse mayores había surgido el amor entre ellos y tenían pensado casarse en breve tiempo.

Baile en una venta - Rafael Benjumea 1850 - Museo Carmen Thyssen (Málaga)
Baile en una venta - 1850
Rafael Benjumea - Museo Carmen Thyssen

Gustavo Adolfo marchó a Madrid y pasados varios años, en uno de sus viajes a Sevilla, quiso pasar la tarde en la Venta de los Gatos. Pero aquel lugar ya no era el mismo, el inmenso prado verde donde reinaba la diversión y el esparcimiento había desaparecido para dar paso a un recinto triste y silencioso, el Cementerio de San Fernando. La algarabía que reinaba antaño en la venta había sido sustituida por la tristeza y lágrimas de aquellos que se detenían en la venta tras enterrar a sus seres queridos.
Preguntó al ventero por aquella bella muchacha y por su hijo al que había conocido años atrás y éste, desconsolado, le contó la triste y romántica historia de aquel desafortunado amor.
Estaban Amparo y su novio con los preparativos de la boda cuando una mañana se acercaron hasta la venta dos señores que se interesaron por la muchacha indagando sobre su edad y la fecha en que había sido recogida. Una vez confirmados los datos se dieron a conocer como enviados por una Dama de la alta sociedad sevillana que reclamaba ahora a su hija, fruto de un amor clandestino y a la que había abandonado al nacer aunque ejerciendo siempre sobre ella una discreta vigilancia. La citada Dama había enviudado y ya no existía obstáculo para reclamar aquello que legítimamente consideraba suyo. Aunque el ventero y Amparo hicieron todo lo posible por continuar su sencilla vida familiar, los tribunales dieron la razón a la Dama y devolvieron a la muchacha a su madre.
La Dama cortó toda relación de Amparo con su anterior familia no permitiéndole ninguna comunicación con aquel muchacho del que estaba enamorada y a punto de casarse ni con aquellos padres que la habían criado y querido como una hija. Encerrada en su casa, la muchacha perdió la alegría y su salud se fue deteriorando hasta que enfermó gravemente de tuberculosis.
Mientras tanto el hijo del ventero había perdido también todo interés por lo que le rodeaba y estaba encerrado en sus pensamientos que sólo iban dirigidos a la muchacha que amaba. Así se acercaba a menudo hasta el cementerio para pasear en aquel lugar que servía de escenario a su melancólica tristeza y observaba, sintiendo como suya, la amarga y dolorosa última despedida de los familiares a sus difuntos.
Una mañana en que paseaba bajo los cipreses del sagrado lugar se detuvo ante un entierro. Después de algunas oraciones, levantaron la tapa del ataúd para que los familiares pudieran darle un último adiós al difunto. El muchacho se acercó y su cara quedó petrificada a la vez que un grito salió de su garganta antes de caer desmayado al suelo. El cuerpo de aquel ataúd era el de Amparo, su gran amor. Cuando despertó ya no recobró la razón, vivió recluido en la venta donde pasaba los días llorando o cantando alguna canción en que siempre se repetía un nombre: Amparo.

Nota: Texto adaptado sobre la leyenda de Gustavo Adolfo Bécquer.

2 comentarios:

Andaluz dijo...

Que bonita y triste la historia Galise, no la conocía. Y que canalla la señora ( no se le puede llamar madre a eso ) aunque supongo que por aquellos tiempos eso de juntarse con los pobres estaba mal visto. tampoco la crió y al fin al cabo, como decía mi abuela, cualquier mujer puede parir a un hijo, pero no cualquiera criarlo, educarlo y quererlo.

Un abrazo paisano y perdona mi poco tiempo, ando algo liado ;)

galise dijo...

Lo más duro de esta leyenda es que aún existen culturas donde son los padres los que deciden sobre estos temas y la desobediencia puede suponer el destierro o la muerte.
¿Cómo entienden estos padres el amor a los hijos?