Uno, que lleva algún tiempo alejado de su tierra, se lleva una grata sorpresa al ver renacer tradiciones que creía ya perdidas. Ilusiona pensar que aún hay personas que dedican su poco tiempo disponible a realizar labores que agradan la vista en nuestros hogares y suponen un retazo de momentos familiares para recordar.
Es una delicia observar cómo esas delicadas manos van formando ante nosotros, con tanta habilidad como ternura, la más bella filigrana que ya el cielo quisiera para adornar las sayas de los ángeles.
Felicito, desde aquí, a mis añoradas Úbeda y Linares por mantener viva esta tradición artesanal y que, aquellos que han tenido, o van a tener, la dicha de participar en estos encuentros transmitan a las encajeras el agradecimiento del pueblo sabio por esta maravillosa labor que han rescatado de nuestra pasada historia.
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