sábado, 30 de octubre de 2010
Estampas de Sevilla - 8 El Cristo de las mieles
A la entrada del Camposanto sevillano, impresiona este Crucificado de Antonio Susillo. Muestra en su rostro la cruel agonía de quien ve acercarse la muerte sin poder eludirla, a la vez que alza sus ojos al Cielo implorando la clemencia divina.
Eran tiempos tormentosos para el autor que plasmó en el Cristo sus miedos, su dolor y, también, su esperanza en otra vida. Dice la leyenda que Susillo lo hizo hueco a imagen de su alma, que estaba quedando yerma de los retazos que la vida le arrebataba; pero lo hizo tan bello que la naturaleza quiso recompensarle y unas abejas hicieron su panal en las entrañas del Cristo. Ante la mirada atónita de los sevillanos, surgieron de los ojos del Crucificado unas lágrimas que conmovieron a todos los presentes. Eran dulces, como la miel.
Aquello que la vida había negado a Susillo, su Cristo se lo devolvía. Bajo la Cruz, sus cenizas pudieron descansar para siempre y su alma, liberada por el Amor Divino, se fundió en un abrazo con aquel al que había dedicado sus últimos latidos y le esperaba a las puertas del Cielo.
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