sábado, 14 de agosto de 2010

Leyendas de Sevilla - 4 La bella Susona

El lugar

Juderia Aljama de Sevilla
Judería - Aljama de Sevilla (Barrio de Santa Cruz)

Calles de la Juderia sevillana
Calles de la Judería sevillana

Entrada a la Juderia Aljama de Sevilla
Entrada a la Judería desde el Patio de Banderas del Alcázar

La leyenda
Esta leyenda tiene por protagonista a una bella muchacha judía que en el siglo XIV moraba en la Judería que hoy conocemos por Barrio de Santa Cruz.
En ese tiempo los judíos eran mal vistos, humillados, perseguidos y muchos de ellos asesinados por la sociedad cristiana que los consideraba deicidas y causantes de todos los males existentes; aunque el Rey había intervenido para protegerlos, vivían con temor y preocupación por sus vidas y haciendas. Esto hizo que algunos de ellos se llenasen de odio y clamaran venganza contra aquellos que, injustamente, les perseguían y vejaban.
Uno de los judíos principales, un banquero llamado Diego Susón, junto a otros miembros de su comunidad deseosos de venganza, comenzó a organizar reuniones secretas en su casa para preparar una rebelión en 1481. Tenía este Diego Susón una hija que llamaba la atención por su hermosura, conocida en Sevilla como “la fermosa hembra”, que era cortejada, sin que el padre lo supiera, por un mozo cristiano de casa noble y de los más ilustres linajes de Sevilla. La muchacha correspondió a esta pasión juvenil de forma que los dos jóvenes se hicieron amantes.
Una noche, mientras Susona aguardaba en su dormitorio a que su padre se acostase para ir a reunirse con su amante, escuchó cómo los conjurados ultimaban sus planes y se preparaban para llevarlos a cabo. Horrorizada pudo oír cómo pensaban asesinar a varios caballeros principales de la ciudad siendo su amante uno de los primeros que caería. El apego a su padre y a su raza y los consejos de su corazón y del amor que había encontrado en su galán se debatían en su mente y, al fin, acabó por imponerse el deseo de salvar la vida de aquel joven a quien amaba intensamente. Así, cuando la reunión finalizó y el padre se acostó, salió de la casa y se dirigió hacia la de su amante a quien, llorando amargamente, contó lo sucedido.
El caballero puso de inmediato el hecho en conocimiento del Asistente de la ciudad, Don Diego de Merlo. Este, con la ayuda de un grupo de alguaciles se presentó en casa de cada uno de los conjurados apresándoles a todos. Un tribunal los condenó a muerte, sentencia que se cumplió en la horca de Buenavista, en Tablada.
Susona mientras tanto había reflexionado sobre su desgraciado sino. Pensaba que había actuado bien al salvar la vida del caballero y otras personas inocentes pero que el motivo que le impulsó no había sido la justicia sino la lascivia de seguir estando junto a su amante y esto la hacía sentir un profundo dolor y pesar pues había causado la muerte de su padre por un motivo obsceno. Llena de remordimientos acudió a la Santa Catedral en busca de confesión. Allí recibió consuelo espiritual y, por consejo del Arcipreste, se retiró a la soledad de un convento donde permaneció varios años hasta que su espíritu encontró la paz que necesitaba. Volvió entonces a su casa donde llevó una vida cristiana y ejemplar hasta su muerte.
Al abrir su testamento en una cláusula se podía leer: “Y para que sirva de ejemplo a las jóvenes y en testimonio de mi desdicha mando que, cuando haya muerto, separen la cabeza de mi cuerpo y sea puesta, sujeta en un clavo, sobre la puerta de mi casa donde quedará para siempre”. Así se hizo y cuentan que estuvo la cabeza colgada sobre el dintel hasta bien entrado el siglo XVII. A la calle se le llamó “de la Muerte” hasta que en 1845 se le cambió por el actual de Susona, colocando un azulejo en la casa en que vivió.

Hasta aquí la leyenda oficial pero hay otras versiones según las cuales el 1 de enero de 1481 se establece en Sevilla el tribunal de la Santa Inquisición; el 6 de febrero fueron quemados vivos seis hombres y mujeres en Tablada "E dende a los pocos días quemaron tres de los principales de la ciudad e de los más ricos, los cuales eran Diego de Susan, que decían que valía lo suyo diez cuentos (millones) e era gran rabí (Maestro hebreo que interpreta las Sagradas Escrituras), e según pareció murió como cristiano, e el otro era Manuel Sauli, e el otro Bartolomé de Torralva" (Andrés Bernáldez. “Memorias del reinado de los Reyes Católicos”). Podemos imaginar el inmenso dolor y terror de esta joven que al parecer, tras la muerte del padre, se encerró en su casa donde murió de tristeza e inanición.

Los recuerdos

Calle Susona
Calle Susona

Casa de Susona
Aquí estuvo la casa de Susona

Azulejo en la casa de Susona
Azulejo que rememora el hecho

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