miércoles, 3 de febrero de 2010

Nitrato de Chile




















Otro de los primeros anuncios que recuerdo haber visto en mi infancia estaba situado en un lomo de pared, que sobresalía sobre el tejado de una de las casas que daban al paseo, antes de llegar a la altura del cine de Benítez. No tenía ni idea de qué era eso de “Nitrato de Chile”, en todo caso me sonaba lo de Chile porque lo había visto en los mapas de la “Enciclopedia Álvarez” pero “Nitrato”, y con aquella silueta en tan fúnebre color, me hacía pensar en que no debía tener trato con gente de Chile porque debían ser como los malos de las películas de vaqueros. En esos seis o siete años y sin picardear por la tele, ni la calle, la imaginación se desborda y crea mundos imaginarios con cada uno de los elementos que vamos descubriendo, aprendiendo palabras sin sentido pero que tal como las leías, y veías repetidamente, debían tener algún significado especial; recuerdo ahora “CARTELESNO” que podía encontrar una y otra vez rotulada con pintura negra sobre algunas fachadas (el personaje que lo hacía no debía saber que eran dos palabras y el que lo contrataba tampoco) y que terminé por asimilar al nombre del propietario de muchas casas del pueblo, “¡Mira, esa casa también es de Cartelesno!” Ya se encargaría la química de decirme lo que era el nitrato, la ortografía de enseñarme que no todo el mundo en mi pueblo sabía escribir correctamente y la historia a conocer que los chilenos eran gente normal como nosotros y no forajidos del Oeste, pero eso ya pertenece al mundo real, no a aquel que mi tío me contaba y yo soñaba con poder entrar en él y explorarlo: “El pueblo que está debajo la piedra”. Algún día hablaré de esa historia.

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