El dogma de la
Inmaculada Concepción de María fue proclamado por el
Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854, en su
bula Ineffabilis Deus. Siglos atrás, la tradicción religiosa española recogía entre sus creencias que la Virgen María, como Madre de Dios, en el momento de su concepción quedó preservada de todo pecado.
Bartolomé Esteban Murillo (1617-1682) pintó numerosas versiones de la
Inmaculada Concepción, convirtiéndola en uno de los ejes centrales de su producción y en la imagen que más profundamente identifica su estilo maduro. Aunque cada lienzo tiene variaciones, en conjunto construyen un lenguaje visual muy coherente que define la iconografía barroca sevillana del dogma inmaculista.
Rasgos generales de las Inmaculadas de Murillo
1. Idealización juvenil y pureza luminosa
Murillo representa a la Virgen como una muchacha muy joven, de rasgos suaves, expresivos y serenos. La pureza se transmite mediante una idealización delicada: piel clara, manos juntas o cruzadas sobre el pecho y un semblante humilde, recogido en un clima de suave emoción religiosa.
2. Paleta clara y atmósfera cálida
A diferencia de otros pintores barrocos más dramáticos, Murillo prefiere una iluminación envolvente y cálida. Sus Inmaculadas destacan por una gama de azules, blancos y ocres dorados que generan una sensación de ingravidez y dulzura devocional.
3. Composición ascensional
La figura de María se dispone sobre una nube luminosa, casi siempre en eje vertical, lo que sugiere elevación y gracia. La composición suele ser dinámica pero equilibrada, con la sensación de que la Virgen flota o asciende suavemente.
4. Ángeles y simbología tradicional
En casi todas sus versiones aparecen angelitos (putti) que sostienen símbolos marianos como flores, ramas de palma, estrellas o una corona. También se representan elementos iconográficos propios del Apocalipsis: la media luna, el dragón vencido, y en ocasiones las estrellas que aluden a la "Mujer vestida de sol".
5. Espiritualidad serena, sin dramatismo
Frente al tenebrismo o la intensidad emocional de otros pintores del Siglo de Oro, Murillo apuesta por un tono devocional amable, dulce y accesible. Sus Inmaculadas transmiten un misticismo contemplativo que favoreció enormemente su popularidad en la España contrarreformista y, posteriormente, en el mundo católico.
Las Inmaculadas de Murillo consolidaron un modelo iconográfico que se volvió canónico durante siglos. Su interpretación equilibrada entre lo sobrenatural y lo humano, junto con su capacidad para crear imágenes luminosas y emotivas, convirtió estas obras en símbolos casi definitivos del dogma antes incluso de su proclamación oficial en 1854.
En conjunto, la serie de Murillo, desde la Inmaculada de El Escorial hasta la Inmaculada Soult, la Inmaculada de los Venerables y otras, constituye uno de los corpus más influyentes del barroco europeo en materia de arte religioso.