domingo, 14 de agosto de 2011

Cuando las madres daban vino a sus niños (II)

Paseo
Paseo del pueblo (hacia 1960)

      Hace ya algún tiempo comenté esta costumbre de los años 50-60 del pasado siglo (ver post) de dar a los pequeños infantes, de unos seis añitos en adelante, una pequeña copa de vino dulce para abrirles el apetito. En aquella ocasión olvidé, cosas de la edad, un remedio muy común que nuestras madres nos solían obligar a tomar para mantenernos lustrosos "no vayan a creer las vecinas que en casa pasamos hambre", y me refiero al "ponche".
      No, no piensen en ese rico ponche elaborado en las bodegas jerezanas o portuenses, no, el ponche galduriense tiene otros ingredientes y se elaboraba así: te mandaba la abuela al corral para que trajeses un huevo recién puesto (con la seria advertencia de que no apedrearas a la gallina si defendía su pollito en germen); roto el cascarón, se vertía el contenido del huevo en un tazón añadiendo un vaso de vino blanco de Valdepeñas y una cucharada sopera de azúcar (o dos, según "galupería" del que se lo tomaba). Se batía hasta conseguir una mezcla homogénea y, a bebérselo de un tirón.
      Reconozco que lo odiaba intensamente; el sabor del blanco manchego unido a la textura de la mezcla me resultaba repugnante tanto al paladar como a la vista. Dos zapatillazos, o un pellizco, hacían que tuviera que tragar aquel mejunje que me parecía elaborado por el mismísimo Satanás en las calderas de Pedro Botero.
      Y es que pobres madres las que tenían que criar a un melindroso y pobres niños los que teníamos que soportar a una madre que nos "vendía" por peso.

Nota:
Galupería: gusto por los alimentos muy dulces.
Melindroso: escrupuloso para la comida.

1 comentarios:

Andaluz dijo...

Muy interesante las dos entradas paisano, desconocia eso del ponche, lo del vino si, no solo por mis abuelos si no que siempre me ha gustado escuchar las historias de los mayores en la tasca